DE
LA ANTROPOLOGIA CULTURAL A LA FILOSOFIA DE LA EDUCACION
Se ha convertido ya
en un tópico el polarizar las discusiones sobre los condicionamientos
biológicos y culturales de la vida humana en términos
de oposición entre naturaleza y crianza (como suele decirse,
con el juego de palabras en inglés, nature versus nurture). Frente
a los que acentúan unilateralmente el monopolio de lo biológico
—apoyándose, por ejemplo, en investigaciones neurobiológicas
recientes que descubren presuntos orígenes biológicos
de nuestras características humanas— o el predominio de
lo sociológico —por ejemplo, en estudios que muestran los
orígenes socioculturales de nuestras originalidades especificas—,
se ha ido abriendo camino una visión más integradora que
insiste en la mutua relación entre ambos aspectos; se ha reflejado
esta postura en el peso, cada vez más frecuente, del adjetivo
«biocultural» para referirse a la sinergia de herencia y
ambiente, naturaleza y crianza, evolución biológica e
influjos culturales y educativos.
María Colavito,
en las obras que dan pie al presente artículo de comentario,
propone un «paradigma biocultural» para ir más allá
de la tensión entre dos ámbitos, el de lo biológico
y el de lo socio-cultural, mediante un estudio sobre el intercambio
entre los orígenes neurobiológicos del desarrollo humano
y los influjos sociológicos a que, desde los primeros años
de la vida, está sometido. Resultan muy sugerentes y originales
los enfoques de las recientes obras de M. Colavito, así como
los escritos de Antonio T. de Nicolás en los que se apoya; ambos
ofrecen una valiosa aportación para una crítica filosófica
de los sistemas educativos vigentes.
CINCO
CONSTANTES NEUROBIOLÓGICAS DE LA ESPECIE HUMANA
Los humanos no sólo
hemos modificado nuestro entorno a lo largo de la historia, sino también
nuestra misma especie. El paradigma que pretende encontrar M. Colavito
es el de cómo se ha llevado a cabo este proceso de evolución
biocultural: un paradigma para captar como la especie humana se ha modificado
a sí misma y ha modificado el ambiente a lo largo de su historia.
Se centra esta autora
en una teoría de selectividad biológica, como base y punto
de partida para estudiar lo que llama «el paradigma biocultural».
En una determinada especie se dan unos parámetros biológicos,
que nos sirven de criterio para constatar su identidad. Pero, dentro
del marco de esos parámetros, aparecen ciertas «ventanas
de maleabilidad» que permiten flexibilidad al individuo con relación
a lo que viene determinado por su pertenencia a la especie. En el proceso
de crecimiento esas ventanas se van cerrando. Es, por tanto, muy decisivo
el intercambio de naturaleza y crianza (nature and nurture) durante
el período que puede denominarse de «ventanas aún
abiertas».
M. Gazzaniga, en sus
estudios neurobiológicos, ha mostrado la importancia de este
modelo. M. Colavito se inspira en esta línea de investigación
para sentar las bases del «paradigma biocultural». Se fija
en el desarrollo evolutivo del cerebro humano para establecer- desde
dónde y cómo las citadas «ventanas de maleabilidad»
se han manifestado, en el caso de la especie humana, en forma de diferentes
prototipos bioculturales.
Este tema de las «ventanas
de maleabilidad» había sido tratado ya por otros autores,
pero M. Colavito pone el acento en el desarrollo de las implicaciones
culturales: la repetición del hábito de abrir o cerrar
estas ventanas acaba por producir el cierre cultural de algunas de ellas.
Y es, precisamente, este fenómeno el que produce el «imperialismo
biocultural», contra el que van dirigidas las tesis de filosofía
de la educación de esta autora, así como las del citado
Antonio T. de Nicolás.
En vez de añadir
a la evolución biológica de Darwin una evolución
cultural, M. Colavito repiensa a fondo el problema para captarlo en
términos de evolución biocultural. Las diversas bioculturas
serían consecuencia, a la vez biológica y cultural, de
la evolución de los diversos niveles del cerebro humano. Lo característico
de este enfoque es el partir de la base biológica subyacente
a la evolución cultural, así como el acentuar, por otra
parte, lo decisivo del influjo cultural en la evolución de nuestro
cerebro. Esa es la razón para hablar de bioculturas, y no simplemente
de culturas, para insistir en los fundamentos biológicos de la
prolongación cultural a que ha dado lugar la evolución
histórica de las constantes neurobiológicas humanas.
Las constantes neurobiológicas
de la especie humana serían las cinco siguientes: el cerebro
reptiliano, el sistema límbico, el hemisferio cortical derecho,
el hemisferio izquierdo y el «módulo interpretador»
—según la terminología de Gazzaniga (3)— del
hemisferio izquierdo.
Estos «cinco cerebros», si se permite la expresión,
no aparecen simultáneamente en la evolución. Es algo que
ocurrió históricamente y que vuelve a ocurrir en cada
criatura recién nacida: según la necesidad y según
que los ejercitemos o no, estos cinco niveles cerebrales configuran
unos caminos —abren unos senderos y cierran otros— en el
sistema nervioso de cada uno de nosotros y, consiguientemente, en cada
biocultura.
La base neurológica
para estas afirmaciones está tomada de las investigaciones sobre
el desarrollo cerebral infantil y también sobre la problemática
de los «cerebros escindidos». Aquí no vamos a entrar
en los debates sobre ese punto, dejándolo para los más
especializados en la temática neurobiológica; nos limitaremos
a la presentación de un pensamiento que, en diálogo continuo
con los datos de las neurociencias, al mismo tiempo que con los de las
mitologías, repiensa la filosofía del ser humano de tal
manera que resultan con secuencias importantes para la filosofía
y antropología de la educación.
Los que hemos llamado
los «cinco cerebros» corresponden a los cinco centros evolutivos
de nuestras estructuras neurológicas. A ellos corresponden los
cinco tipos bioculturales o cinco modelos que componen lo que M. Colavito
llama «el paradigma biocultural».
El cerebro reptiliano
regula una gran porción de nuestros comportamientos instintivos.
El cerebro paleo mamífero, con sus conexiones al tronco cerebral,
compone el sistema límbico. Es la fuente de experiencias y comportamientos
emotivos. Su primera área, conectada con la amígdala,
tiene que ver con la alimentación y la lucha por la autoprotección.
La segunda área, en la región septal, tiene que ver con
las funciones genitales y procreadoras. La tercera área, vinculada
al córtex prefrontal, nos permite el insight y sirve de lazo
«empatético» con el neocórtex. Puede que esté
relacionada con ella la capacidad para la compasión. Otra característica
interesante del sistema límbico es su mudo de captar los datos:
mediante criterios auditivos y esquemas de interferencia de ondas. El
sistema límbico, en la medida en que está conectado con
el cerebro reptiliano, controla funciones de conservación y reproducción;
en cuanto conectado con el neocórtex, controla nuestra capacidad
de empatía y quizás nuestro sentido del yo. Ayuda a crear
formas geométricas v tridimensionales, de las que surge el mundo
material. El cerebro neomamífero, orientado a nuestra relación
con el mundo externo, desempeña un papel decisivo a la hora de
recordar y resolver problemas.
CINCO
TIPOS BIOCULTURALES
Según cómo
entendamos el papel del lenguaje y según el modo con que nuestra
percepción del lenguaje configure tanto nuestra cultura como
nuestra propia imagen y nuestra imagen del universo, surgirán
diversas formas del paradigma biocultural. En la obra que estamos comentando
la autora ve el lenguaje de las imágenes como una forma de comunicación
separada y distinta de la del lenguaje conceptual.
Distingue entre bioculturas
basadas en lenguajes mitopoéticos y bioculturas basadas en lenguajes
ideográficos. Es más fácil que las primeras se
acomoden a las segundas; no así viceversa, debido al «imperialismo
biocultural». Desde la perspectiva de culturas ideográficas,
se tiende a ver a las otras como inferiores, a ignorarlas o, más
sutilmente, a proponer como universal y «democrático»
el modelo ideográfico, por tratarse de un común denominador
utilizable por todos. El problema está en que, una vez que la
biocultura mitopoética condesciende con esta interpretación,
el modelo ideográfico se hace con el poder y desarraiga lo mitopoético,
tanto a nivel individual como a nivel cultural.
En La Herejía
ele Edipo comienza la autora con un análisis de dos sistemas
humanos de lenguaje, que tienen su origen en circuitos neurológicos
completamente diferentes: el de las imágenes y el de los conceptos,
Podemos conocer, al menos, de dos modos: mitopoéticamente e ideográficamente.
El primero tiene su sede en el hemisferio cerebral derecho: forma imágenes
mediante los actos de la imaginación y la fantasía. Además,
dirige y sintetiza los datos sensoriales que le vienen de los otros
niveles cerebrales. Lo que cuentan muchas mitologías es el esquema
del modo de funcionar este hemisferio cerebral: locomoción, emoción,
querer, Iuchar ontra la fantasía, búsqueda de inmortalidad,
etc. El segundo tiene su sede en el hemisferio cerebral izquierdo que,
a diferencia del derecho, puede independizarse de los otros niveles
cerebrales. Reacciona a los datos sensoriales filtrados por el hemisferio
derecho. Percibe lineal y secuencialmente. Traduce las imágenes,
emociones, reacciones involuntarias de los otros niveles cerebrales
en esquemas conceptuales y sistemas de representación lingüística
sobe esos conceptos.
En cada cultura tenemos
unas propensiones culturales con unas bases neurológicas heredadas.
Por eso son posibles, al menos, cinco tipos de bioculturas, que tienen
que ver con el desarrollo de los respectivos niveles neurológicos
antes mencionados. Del origen biológico de ciertas funciones
humanas (aspectos neurológicos y neurolingüísticos)
resultan consecuencias culturales arraigadas en esas funciones. Por
ejemplo, diversos tipos de bioculturas conciben diferentemente la otra
vida, la religión o la educación.
«Cada biocultura
está formada por la manifestación cultural del predominio
de una función neural sobre las demás. Las opciones a
favor de este predominio de unos rasgos neurológicos sobre los
demás se adoptan inicialmente por parte del individuo a lo largo
de su desarrollo humano. Pero después, mediante la repetición
habitual de conexiones neurológicas predominantes a expensas
del resto, estos rasgos individuales se convierten en rasgos comunes:
es la base sociobiológica del paradigma biocultural».
(The Heresy of Oedipus, p. xv).
La autora distingue
las siguientes cinco clases de tipos bioculturales:
— En
culturas antiguas del tipo «MAIA», o predominantemente
cenestéticas, tiene un papel especialmente decisivo el cerebro
reptiliano. La conexión neural en estas es el cerebro reptiliano
y su comunicación con la amígdala y las zonas septales
del sistema límbico.
— Otras
culturas son del tipo «MYTHOS», predominantemente auditivo-afectivas,
en las que se ha desarrollado mucho el sistema límbico. La
conexión neural es, en estas culturas, el córtex prefrontal
y el sistema límbico.
—
Hay otras culturas a las que podríamos llamar «miméticas
según el cerebro derecho». En ellas se actúa predominantemente
con el lenguaje de las imágenes, propio del hemisferio derecho
del neocórtex. Magos y líderes serían prototipos
de este sistema de funcionamiento.
—
Otras culturas son «miméticas según el cerebro
izquierdo». Predomina en ellas el uso del hemisferio izquierdo
del neocórtex. Funcionan así, por ejemplo, los teorizadores,
científicos sociales y algunos teólogos. En ellas se
actúa con el hemisferio izquierdo del neocórtex.
—
Finalmente, otras culturas son del tipo «LOGOS». Estas
son las últimas en evolucionar. Carecen de imágenes
y quedan atrapadas en el bucle de las habilidades verbales. Son incapaces
de conectar con el hemisferio derecho, a pesar de que dependen de
él para su información.
CINCO
EPISTEMOLOGIAS
No se ha limitado la
autora a exponer la base neurobiológica y sus consecuencias bioculturales.
Ha descubierto, junto a las constantes biológicas del cerebro
humano y basadas en ellas, cinco constantes epistemológicas,
que determinan básicamente el conocimiento científico
y el filosófico. Pero, más que epistemología como
teoría del conocimiento, lo que está aquí en juego
es toda una reflexión sobre el conocer humano, una gnoseología.
Apoyándose en
los estudios de Antonio T. de Nicolás sobre la imaginación
y sobre culturas antiguas como los Vedas, Platón y algunos místicos,
la autora de La Herejía de Edipo amplia el proyecto extendiéndolo
a griegos, fenicios y otras culturas occidentales de predominio logocéntrico,
para poner de relieve las constantes epistemológicas subyacentes
a ellas.
La discusión
sobre los diferentes sistemas de lenguaje —mitopoéticos
e ideográficos— sirve a M. Colavito para presentar el problema
de la escisión interna causada en la mente humana por la repetición
habitual de la escritura alfabética. La cual no es, en sí
misma, rechazable: es útil y ventajosa, con tal de que no se
utilice este sistema de sustitución como criterio epistemológico
para presidir toda actividad humana. La biocultura del monopolio del
logos cae precisamente en esta exageración y desencadena, por
ello, el imperialismo biocultural.
La cultura del monopolio
del logos surge precisamente para aliviar la tensión mente/cuerpo.
Separa fuera del cuerpo los sistemas conceptuales y forma sistemas de
sustitución. Estos no requieren la mediación de los otros
niveles del cerebro, al menos conscientemente. Usa así la capacidad
de conceptualizar como fuente de conocimiento para descubrir una fórmula
universal de conocimiento «objetivo» que se presume no contaminado
de error humano, algo así corno un conocer humano que no es humano
y no es conocer, ya que se pretende conocer sin que sea el cognoscente
parte del conocimiento. Esta es que la autora llama «escisión
mente/mente dentro de la misma mente».
El inundo externo,
la «realidad», se convierte a menudo en una prolongación
del nivel o aspecto del cerebro que usamos predominantemente; éste
monopoliza dictatorialmente lo que según él debe ser la
realidad.
Las cinco constantes
biológicas arriba mencionadas dan lugar a cinco constantes epistemológicas,
es decir, a las constantes culturales en la base de cada uno de esos
cinco tipos de biocultura. (Nótese que según la biocultura
a la que uno pertenece, reaccionamos diferentemente ante la descripción
de otras bioculturas).
El paradigma biocultural
propuesto por M. Colavito nos ayuda a percatarnos del condicionamiento
biocultural del conocer humano. Cada biocultura acentúa, dice,
la primacía de un aspecto entre las diversas posibilidades humanas
inscritas en nuestros cerebros. Queda colocado así ese aspecto
como base de lo que, en esa cultura, se define como conocimiento. La
tesis básica dice así: lo que conocemos es solamente una
descripción de cómo conocemos biológicamente. La
verdadera sabiduría de nuestra especie consistiría, según
esta autora, en integrar esa variedad.
El conocer la cultura
del tipo «MAIA», con su origen en el cerebro reptiliano,
es el conocer de la reproducción sexual. El encuentro sexual
es la imagen unificadora en esa biocultura.
En la biocultura del
tipo «MYTHOS», con su origen en el sistema límbico,
el conocer es el de la homeóstasis y la armonía. Las imágenes
unificadoras aquí son los diversos dioses, que en su pluralidad,
representan la variedad de actos humanos necesarios para mantener el
equilibrio de la colectividad. Su conocer tiene que ver con el modo
en que fuerzas tan divergentes pueden acomodarse en su conjunto.
En conocer en las bioculturas
«miméticas según el hemisferio cerebral derecho»
es el de «dar forma». Reformulan y traducen los impulsos
míticos creando nuevas posibilidades. Es la biocultura del demiurgo
y de la construcción del «sí mismo» humano.
El conocer propio de
la «mimesis según el hemisferio cerebral izquierdo»
es el del sí/no, de la elección y del conflicto. De entre
las imágenes almacenadas como conceptos, recuerda semejanzas
y ayuda a elegir en el presente. Se conoce simbólicamente.
Sin embargo, este hemisferio
izquierdo se puede convertir en un dictador cuando usurpa el poder y
considera malo al cuerpo y al conocer por imágenes.
Repetimos que esta
conjunción de neurobiología y mitología, con repercusiones
en filosofía de la educación, es lo que más nos
cautiva en estos enfoques. El cerebro es, sigue diciendo la autora en
la línea de Antonio T. de Nicolás, un «texto primario»
sobre el que se imprime un «texto secundario» mediante repetición
y ejercicio. Al pisar por el mismo sitio se va haciendo una senda en
el monte… y acabamos por acostumbrarnos a pasear siempre por la
misma ruta.
DEL
ESQUEMA «JERARQUICO» AL «MODELO BIOCULTURAL»
EN ANTROPOLOGIA
En vez del modelo integrador
de los cinco aspectos citados, ha predominado en nuestra formación
occidental, por desgracia, el modelo «jerárquico»
de un «ascenso o escalada»: desde los sentidos, pasando
por las imágenes y emociones, hasta desembocar en la racionalidad;
es decir, uno de los cerebros gobernando a los demás e imponiéndose
a ellos. A esto es a lo que llama la autora que comentamos «la
herejía de Edipo», porque Edipo sería su héroe
representativo.
Lo podemos representar
con dos imágenes: la escalera y la rueda. Con la imagen de la
escalera ascendente podemos representar los enfoques de muchas psicologías
filosóficas tradicionales y de las filosofías de la educación
basadas en ellas. Se comenzaría a ascender en esa escala por
los peldaños de lo sostenible, para ir después pasando
de lo sensible a lo inteligible, a través de las correspondientes
mediaciones imaginativas. En los peldaños inferiores quedan el
movimiento y los sentimientos. En los superiores el escuchar, el imaginar
y, finalmente, en la cúspide, el razonar. La razón, imponiéndose
sobre lo caótico del mundo, en que imperan los sentidos; lo racional
dominando a lo emotivo y lo masculino controlando lo femenino.
Desde ciertas lecturas
sesgadas del mito platónico de la caverna hasta diversas versiones
de los grados de abstracción en la escolástica medieval,
pasando por variaciones sobre la temática aristotélica
de las almas vegetativas, sensitivas y racionales, el denominador común
sería la escala ascendente y, en su culmen, la capacidad razonadora:
en una palabra, la jerarquía y logocentrismo.
Con la otra imagen,
la de la rueda y sus radios, tendríamos una perspectiva diferente
sobre el ser humano, contrastando con la típica de las tradicionales
divisiones en compartimentos estancos, propias de la llamada «psicología
de estratificación de facultades» (memoria, voluntad, entendimiento;
sentir, querer, pensar, etc.).
Sin dar preferencia
jerárquica a ninguno, colocaríamos en los distintos radios
de la rueda los diversos hábitos mentales: por ejemplo, pensar,
imaginar, narrar, metaforizar, etc. Los ejemplifica la pluralidad de
acciones humanas representadas en el politeísmo de los mitos.
Les da base neurobiológica la pluralidad de módulos y
niveles en el funcionamiento cerebral humano. De una comprensión
del ser humano como ésta, plural e integrada, brotaría
una filosofía de la educación preocupada de potenciar
la totalidad de hábitos mentales, en vez de polarizarse logocéntricamente.
LA
HEREJIA DE EDIPO: REFLEXION SOBRE LA MITOLOGIA DESDE LA NEUROBIOLOGIA
Nos parece uno de los
aciertos de la autora el haber sabido vincular lo sociológico
y lo biológico, concentrando los estudios neurobiológicos
con los datos de la mitología. Es en esa encrucijada en la que
nace precisamente una de sus tesis fundamentales:
«¿Y si
lo que conocemos, se cuestiona, fuese meramente una descripción
de nuestro modo biológico de conocer? ¿Y si lo que nos
presenta como historia cultural fuesen, en realidad, simplemente los
artefactos arqueológicos del emerger neurobiológico de
nosotros mismos? ¿Y si pudiésemos remontarnos a los orígenes
biológicos de esta historia humana mediante los restos literarios
del pasado?
A eso apunta justamente
el paradigma biocultural.
Tendríamos que
volver a preguntarnos con Nietzsche si no hemos perdido el hogar y seno
materno del mito: «cada cultura que ha perdido el mito ha perdido,
por el mismo hecho, su poder material de creatividad». El estudio
de la cosmovisión mitopoética nos viene bien para recobrar
nuestras raíces. Nos obliga a repensar la propia cosmovisión.
En nuestra cultura procesamos y devoramos información. Tenemos
máquinas que hacen esa labor por nosotros, ahorrándonos
tiempo y trabajo. Pero es necesario cuestionarse: ¿cómo
y con qué modelos se ha creado una cultura como ésta?
¿Hacia dónde va a conducir a la humanidad como especie
biológica? ¿Sabemos por qué hacemos lo que hacemos?
Para responder a estas preguntas necesitamos modelos de acción
humana, no meras teorías, necesitamos creatividad e imaginación.
Se requiere la puesta en práctica de toda una gama de hábitos
mentales, que no puede reducirse a la idolatría y el monopolio
de lo cognitivo.
Precisamente la capacidad
mitopoética nos abre a una cuádruple perspectiva de hábitos
mentales que M. Colavito, en su citada obra The new Theology, denomina
«maia», «mythos», «mimesis» y «logos».
MAIA es, en griego,
la comadrona que ayuda a dar a luz. Se refiere a todo lo que es sacar
acción de la inacción, cosmos del caos, a la experiencia
creadora. Tiene que ver con la facultad de imaginar y con la experiencia
primordial. Cuando nos ponemos a interpretarla, desaparece la experiencia
para ser sustituida por su narración.
MYTHOS, del griego
«boca», es la transmisión oral de la experiencia.
Es un primer volver sobre la experiencia: contarla no es lo mismo que
vivirla. Para formar comunidades de experiencia que compartan revelaciones
comunes se narra públicamente creando dioses, espacios geográficos
fabulosos, héroes que matan dragones y se casan con princesas,
etc.
MIMESIS es «hacer
una copia». Se recuerda y recrea lo que antes se creó.
Se vuelven a contar experiencias mediante narraciones cuyo final ya
sabemos y con las que nos identificamos. Se cuenta con una intencionalidad
moral en un marco didáctico para suscitar una acción.
LOGOS es la palabra
interior que se despega de lo individual y universaliza. Se crean teorías
sobre la acción humana. Se formulan reglas. Se pasa de lo pictográfico
a un sistema de signos alfabético, de lo mitopoético a
lo ideográfico, de lo oral-auditivo a lo abstracto. Por contraste
con el «conocer por maia», en el «conocer por logos»
se acumulan datos, se hacen estadísticas, se cotejan teorías
con el comportamiento de un grupo anónimo para cerciorarse de
su validez, se separa cada vez más la mente del cuerpo y de la
realidad.
Lo interesante, desde
el punto de vista de la tesis central de la obra que comentamos, es
que, al estudiar los mitos y narraciones originarias o fundacionales,
comparándolos en diversas culturas, encontramos reflejados en
esos relatos y encarnados en sus personajes unos rasgos psíquicos
y neurobiológicos del ser humano; entre ellos destacan los cuatro
siguientes:
a) La capacidad de
crear, que se muestra, por ejemplo, en la acción de danzar y
cantar para celebrar algo.
b) La capacidad de inventar historias, de crear símbolos y mitos,
de contar chistes, de hacer poesía… Para compartir unas
experiencias que son reveladoras e iluminadoras.
c) La capacidad de identificarse con las acciones de unos relatos que
se vuelven a contar una y otra vez como modelos utópicos para
ser imitados y vivir de acuerdo con ellos.
d) La capacidad de elaborar teorías sobre las tres capacidades
anteriores.
Al estudiar y comparar
los mitos interculturalmente, fijándonos en estos cuatro aspectos,
aquellas primitivas narraciones cobran una relevancia especial: pueden
funcionar como paradigmas para que cada uno de nosotros comprenda y
rehaga su propia identidad. En los actos realizados por los personajes
de esos relatos se descubren unos patrones o matrices culturales que
muestran la visión mítica del mundo: lo típico
del mito sería «el énfasis en la repetición
de ciertos actos que hay que realizar para que una cultura siga viva
y dinámica».
Concluye María
Colavito que, desde un punto de vista neurobiológico, la especie
humana está equipada con la capacidad acumulada para desarrollar
una diversidad de hábitos mentales; esta capacidad se ha ido
formando —mediante la sinergia de lo biológico y lo cultural—
a través de la repetición, dando lugar, entre otros, al:
hábito de imaginar (sacar imágenes de la nada); hábito
de crear con fantasía narraciones (sacar imágenes de formas
ya existentes); hábito de volver a contar esas narraciones (componer
historias repitiendo paradigmas) y hábito de seguir el hilo discursivo
de la lógica (plantear hipótesis, elaborar conceptos…).
Desde un punto de vista
hermenéutico, «maia» es la experiencia original,
«mythos», «mimesis» y «logos» serían
maneras diferentes de hacer pública esa experiencia: mediante
la narración, las formas de visualización o las sustituciones
alfabéticas o análisis conceptuales.
Desde un punto de vista
epistemológico, habría que referirse aquí a las
operaciones del conocer en el marco de la cosmovisión oral-auditiva,
expuesta por Antonio T. de Nicolás en sus estudios sobre el Rig
Veda. Ya Pitágoras y Platón se ponían en guardia
ante el peligro existente cuando se pasa de la oralidad a la literalidad
(recuérdese el final del Fedro). Ambos, buenos pedagogos, se
preocupaban de que en sus escuelas, se cultivasen todos los hábitos
mentales, cuyos prototipos se encuentran en el mundo de los dioses.
Ambos reconocían el peligro de monopolio del «logos»
sobre el «maia», «mythos» y «mimesis».
Ayudaron por ello a conservar en la especie humana la capacidad del
individuo para captar lo divino mediante la creatividad. Hoy día
necesitaríamos revivir los diversos «actos de los dioses»
de la mitología para que, desarrollando la especie humana todos
sus posibles hábitos mentales, retorne a la unidad perdida, recorriendo
para ello el camino rico de la pluralidad multicultural.
Edipo es el héroe
en el que se tipifica la escisión mente/mente dentro de la mente
humana. Como consecuencia, la casa entera de Cadmo, queda destruida
con él. No es el Edipo de Freíd, ni el héroe de
la libertad individual. Es el prototipo de la biocultura del monopolio
del logos y de la devastación que conlleva para toda la especie
humana: nuestras «ventanas de maleabilidad» en el cerebro
corren el riesgo de quedar cerradas para siempre. Es el ejemplo de dos
tipos bioculturales coexistiendo en una ciudad. El ciego Tiresias representa
lo mitopoético. Edipo es el usurpador ideográfico. Tendemos
a ponernos del lado de Edipo porque lo vemos a través de las
gafas de la propia cultura. Ya mucho antes de Descartes había
comenzado la escisión mental. Eso ocurrió cuando se pasó
del dominio del lenguaje de las imágenes al de los conceptos;
desde el hemisferio derecho, sede de las almas, al izquierdo, sede de
los razonamientos.
Los cinco tipos de
cultura se encuentran en los mitos de creación: la clave está
en cómo se expresan y articulan. Por ejemplo, en los mitos que
acentúan el lenguaje de las imágenes se da una visión
de la totalidad, en cuyo marco se da la creatividad humana que produce
mundos que se pueden compartir comunitariamente mediante esas imágenes.
Los mitos de creación en varias culturas son un material de reflexión
muy fecundo para confirmar estos descubrimientos. Los mitos de creación
llevan consigo los orígenes de las bioculturas mitopoéticas:
las del tipo «MAIA», «MYTHOS», y «MIMESIS
según el hemisferio derecho». Estos mitos, al contar la
creación del universo, se narran vinculándola a nuestros
propios actos de creación. Al narrarla así, están
describiendo nuestro propio desarrollo neurobiológico.
Otro es el caso de
las culturas cuyos mitos se han concebido más conceptualmente.
En primer lugar, hay que llegar en ellas a un consenso entre sus miembros
acerca del marco conceptual o teoría. Luego se articulan los
comportamientos, mandatos o prohibiciones. Después se interpreta
lo social, lo económico, lo político, lo religioso, etc.,
según ese marco y solamente así se reconoce validez a
la experiencia humana.
LA
DICTADURA DEL LOGOS
Los humanos hemos ido
a parar a la «escisión mente/mente dentro de la mente»
por haber dejado rienda suelta al predominio del hemisferio izquierdo.
Le hemos permitido una superioridad sobre los otros niveles cerebrales,
más aún, una autonomía sobre ellos y sobre el cuerpo.
El recorrido histórico
que, para confirmar esta tesis, hace la autora en el capítulo
4 de la obra conduce a una perspectiva sobre la historia cultural que
intenta a ayudarnos a evitar el etnocentrismo.
El monopolio del logos
es algo que ha ocurrido relativamente no hace mucho tiempo. Este nivel
cerebral ha sido el último de los citados en evolucionar. No
se sigue necesariamente que sea lo más avanzado de nuestra especie.
Siguiendo la imagen usada más arriba, no se trata del último
peldaño de la escalera, sino de uno de los radios de la rueda.
Las culturas con predominio
dictatorial del hemisferio izquierdo crean también su mundo a
partir de las funciones con que operan. Y como en el hemisferio izquierdo
no hay imágenes, ni dioses, ni sentimientos, ni pasado, ni creatividad…,
es decir, nada humanizador, al universalizar este estilo mental y excluir
los otros decaemos como especie.
La exclusividad de
la cultura del logos, que empapa nuestra sociedad, amenaza con destruir
nuestra especie y nuestra herencia biológica. El imperialismo
cultural (sea primermundista o machista, etc.) destruye la diversidad
humana. Así destruye la especie, ya que precisamente esa diversidad,
así como la pluralidad de posibles hábitos mentales que
conlleva, es la clave de nuestra superioridad biológica. Los
que no quieren o no pueden ir por ese sendero quedan marginados y surge
el imperialismo cultural.
Todo empieza cuando
antes de la inundación universal, los fenicios son amos de las
costas y el comercio: mediante el invento de la escritura introducen
en la especia humana una tecnología nueva que necesariamente
modifica los senderos neurales del cerebro humano. La escritura pictográfica
corresponde a la escisión cuerpo/mente dentro de la mente, que
acompaña al desarrollo del «módulo interpretador»
del hemisferio izquierdo.
Suele hablarse menos
de los fenicios que de otras grandes civilizaciones antiguas que, sin
embargo, les deben una buena parte de su herencia cultural. Se menciona,
a propósito de ellos, el alfabeto y la habilidad comercial de
los vendedores de púrpura. Pero ni la escritura alfabética
ni el genio exportador aparecen de la noche a la mañana, ni se
desarrollan sin una base biocultural que los sustente. Se ha conjeturado,
para explicar lo que ocurrió a esta cultura marítima y
viajera entre el segundo milenio y el siglo noveno antes de nuestra
era, acerca de la posible conexión entre las narraciones míticas
de un diluvio universal y una serie de cataclismos que sacudieron al
mundo antiguo, entre ellos el que sumerge en el mar una gran parte de
la isla de Thera en el Mediterráneo. «Quizá los
supervivientes de aquellos fenicios, cuando se establecieron en las
costas mediterráneas, llevaron consigo, tras la devastación,
tres cosas: las diversas tecnologías, los mitos sobre el diluvio
universal y, como consecuencia de ambos, la escisión mente/mente
dentro de la mente humana».
EL
ABANICO DE HABITOS MENTALES
Hay una preocupación
en la autora (como en el autor de Habits of mind en quien se inspira)
por las repercusiones educativas de estos estudios bioculturales.
Si alguna de las citadas
bioculturas no se ha desarrollado a la edad de doce años, su
falta es irreversible. Si en los primeros meses de su vida no se desarrolla
el cerebro reptiliano y el límbico en el niño, se atrofian
para el resto de su vida y no se configuran las correspondientes cadenas
cerebrales. En ese caso se cierran las «ventanas de maleabilidad».
O se dan los cinco cerebros a los doce años o algunos de ellos
faltan y, en ese caso, su falta es irreversible.
Preocupados por la
educación de la humanidad y el futuro de nuestra cultura nos
interrogamos: ¿cuándo vamos a convertirnos como especie
a la sabiduría que nos salve, precisamente como especie? Las
reflexiones aquí presentadas sobre el paradigma biocultural han
insistido en que el conocimiento humano está bioculturalmente
condicionado. Cada biocultura acentúa la primacía de un
aspecto neurobiológico humano, de una de las posibilidades humanas
como base para el conocer, tal y como se define el conocer en esa cultura.
Pero la sabiduría de nuestra especie tendría que ser la
resultante de integrar el conocimiento de todas las diferentes bioculturas
humanas.
No se trata de unificar
esa diversidad, sometiéndola en orden jerárquico al predominio
de una sola entre las diversas potencialidades humanas. Eso es lo que,
por desgracia, se ha hecho en la dictadura de la biocultura del logos,
con la consiguiente esclavitud neurobiológica y la resultante
pobreza de contenidos humanos.
«Más
bien, dice M. Colavito, lo que necesitamos es una comprensión
global de lo que compartimos como especie humana y de cómo podemos
diversificar y, a la vez, compartir como especie, esa herencia común
para beneficio de todos. ¿Cómo lograrlo? Mediante la educación.
Sistemas educativos que entrenan y capacitan para expresar y ejercitar
todos los diversos hábitos mentales inherentes a nuestro repertorio
humano: ese es el único camino hacia una auténtica globalización.
Claro está que aquí entendemos por globalización
el que la humanidad acepte su herencia biológica universal y,
al mismo tiempo, la diversidad de métodos en que se despliega.
No se trata, ni mucho menos, de unificar a todos bajo una autoridad.
Aunque cada individuo tenga obviamente una afinidad biocultural determinada,
mediante la aceptación de esta diversidad ningún grupo
ni ninguna biocultura ganaría superioridad sobre las demás,
ni perderíamos nuestra herencia biológica colectiva por
falta de ejercicios».
Hay que reconocer que la obra que venimos comentando desmonta muchos
esquemas habituales de pensamiento. Desde la historia o la medicina
hasta las ciencias sociales, la religión o las instituciones,
todo parece tambalearse por sus cimientos. Pero, en realidad, se trata
de quitar, con cuidado, la cal que reviste, en la bóveda antigua,
los frescos de las pinturas primitivas para hacerlos reaparecer. Tras
haber despegado muchos aditamentos, viene la integración y aparece
el fresco originario. Pero para ello hay que leer estas obras desde
dónde se han escrito. Así lo recomienda el propio Antonio
T. de Nicolás:
«El lugar desde
el que leer este libro es justamente el origen mismo de la expresión
humana, la constante epistemológica a través de la cual
la multiplicidad cerebral humana sirve de instrumento a la comunicación
humana. Esta lectura, que descubre el condicionamiento de la biología
sobre la especie humana, no conduce por ello al determinismo. Por el
contrario, lo mismo que nuestras biografías individuales, irreconciliables
entre sí, da testimonio de la libertad humana».
Esta es también
la tesis que ya sostenía Antonio T. de Nicolás en su obra
Habits of Mind, complemento indispensable de la que aquí presentamos.
Criticaba en esa obra el sistema educativo occidental, centrándose
especialmente en el norteamericano, e intentaba, frente a los restos
de la sociedad multicultural, recuperar lo más válido
del proyecto pedagógico socrático-platónico: explotar
precisamente la riqueza y variedad del abanico de hábitos mentales
de la especie humana. Se trataría de cultivar de un modo proporcionado
una diversidad de hábitos mentales que ayuden a fomentar la capacidad
de decisión crítica, libre y creativa, tal y como se espera
en una sociedad auténticamente democrática.
«Como cultura,
piensa este autor, nos hemos venido apoyando en la teoría y nuestro
sistema de educación superior ha constituido un esfuerzo con
muy buen resultado para convertir la teoría en nuestro único
hábito mental. El hecho de que históricamente fuimos capaces
de desarrollar otros hábitos mentales no es tan significativo
como el de que nuestras instituciones han compartido un esfuerzo aunado
por hacer de la teoría la base de nuestra manera occidental de
vivir».
Antonio T. de Nicolás
elabora estas reflexiones desde una filosofía de la cultura orientada
hacia una filosofía de la educación. Las obras de María
Colavito han prolongado esta línea, dándole base en estudios
de neurobiología y de mitología, con lo que ha desembocado
en la crítica de la dictadura del logos; crítica ya iniciada
en la obra de Antonio T. de Nicolás contra el exclusivismo y
monopolio del hábito mental de razonar.
Sin negar la importancia
y necesidad del hábito mental que solemos llamar «método
científico de razonar», hay que reconocer que ni es el
único ni deben subordinarse a él demás los hábitos
mentales. Según algunos, un peligro actual consistiría
en que los estudiantes están empapados de un racionalismo ambiental.
Más bien habría que decir que se les ha imbuido sutilmente
una serie de pseudoracionalidades dadas por obvias, a pesar de contener
muchos sofismas.
El análisis
científico, importante y necesario, no resuelve todos los problemas
humanos. Si se lo absolutiza corremos el peligro de hacer un ídolo
del modelo y dejarnos llevar de la tendencia a revisar cuantas ideas
no se ajusten a este modelo, pero sin cuestionar ni dejar lugar para
cuestionar el modelo mismo. La ciencia es una perspectiva sobre el mundo
y no un punto de vista absoluto. Tendríamos que estar abiertos
para no excluir sin más, como si tuviera un sinsentido, todo
lo trascendente por el mero hecho de ser inexplicable científicamente.
Se nos atrofia la mente y se restringe el campo de la experiencia cuando
nos quedamos solamente con lo que se puede medir, contar, manejar y
explicar formal, numérica y fácilmente. Se cae así
en el error de creer que todo lo que explica algo con facilidad es por
eso mismo igualmente válido, así como en el error de creer,
de modo relativista, que son igualmente válidas todas las explicaciones
igualmente fáciles.
Tales son algunos de
los puntos principales acentuados por Antonio T. de Nicolás en
su crítica del sistema educativo actual. La renovación
de la educación debería conducir, según este autor,
a que desarrollemos todo el conjunto de posibilidades mentales del alumno
y, luego, sobre esa base proceder a las especializaciones. Si la Universidad
ha de ser —dice— una comunidad de personas libres, tenemos
que desarrollar hábitos mentales de pensar por sí mismos,
de pensar juntos y de pensar dialogando. Para que esto sea posible habrá
que fomentar, en los distintos niveles de la educación superior,
los hábitos mentales que capacitan para que el alumno piense
y actúe libremente. Esto es, obviamente, lo más opuesto
a la manipulación y el adoctrinamiento ideológico.
¿Cómo
evitarlo? Fomentando la pluralidad de hábitos mentales. Ejemplos
de diversos hábitos mentales pueden ser abstraer imágenes,
formar opiniones, realizar opiniones cognitivas de abstracción
científica, imaginar creando con originalidad, reactivar la memoria
cultural, poetizar, etc. Tarea de la educación será precisamente
educir estos hábitos y cultivarlos. Pero, de hecho, lo que lamentablemente
ocurre es que atrofiamos algunos de ellos y fomentamos unilateral y
exclusivamente otros. La educación, a menudo, en vez de ayudarnos
a crear, criticar, recordar o imaginar, nos manipula y adoctrina de
modo uniforme, poco crítico y nada creativo. Se repite más
que se crea. Así no se ayuda al alumno a decidir por sí
mismo y a actuar en consecuencia. Para recuperar una sociedad auténticamente
libre y democrática tendríamos que desenterrar hábitos
mentales que hemos atrofiado. Esta sería la manera de que la
especie humana desarrollara sus posibilidades más proporcionalmente
y cada individuo y cultura dieran de sí más y mejor según
su originalidad.
Para poner en práctica
este estilo de educación no sería recomendable una simple
vuelta a los clásicos de modo rutinario y repetitivo. Lo que
necesitaría el alumno es percatarse y explicitar los hábitos
mentales que están ya presentes en la propia cultura, reconocerse
a sí mismos. Por ejemplo, en el caso de la tradición occidental
cree Antonio T. de Nicolás que uno de los problemas no consiste
en haber olvidado a los griegos cuanto en haberlos conocido exclusivamente
en versión romana.
Es muy interesante
el ejercicio de comparación que propone en Habits of MInd, presentando
a los alumnos el mito de Er, al final de la República de Platón,
contrastado con el Sueño de Escipión, de Cicerón.
Con unos contenidos parecidos, se dan unas diferencias en el modo de
narrar y en los hábitos mentales puestos en juego. Al optar por
Cicerón, en vez de por Platón, el educador ha inclinado
la balanza hacia unos determinados hábitos mentales de los romanos,
a través de los medievales, se institucionalizaron con la lógica
aristotélica. Hoy prevalecen hábitos logocéntricos
y una filosofía de la educación centrada en transmitir
información y en formar especialistas, sobre valorando lo pragmático
y lo científico, lo eficaz y lo instrumental, pero olvidando
la importancia de la imaginación y del recuerdo, que era el telón
de fondo desde donde emergía en los griegos un pensar libre,
crítico y creador…
CONCLUSIONES
Conscientes de la necesidad
de matizaciones críticas, tanto desde la neurobiología
como desde la antropología cultural, hemos optado, en este artículo
de presentación, por mantenernos en el nivel de resumen e introducción
a unas obras llamadas a estimular nuestro pensamiento en antropología
filosófica y en filosofía y antropología de la
educación. Dejando un análisis más crítico
para otro lugar, nos limitaremos aquí a resumir las conclusiones
que, en una primera lectura de reseña de estas obras, nos parecen
imponerse con más fuerza.
Al hilo del comentario
de las citadas obras, se han puesto de manifiesto, como pautas para
proseguir la investigación en la línea de los autores,
las conclusiones siguientes:
1. La necesidad de
un enfoque biocultural que supere, en Antropología, las unilateralidades
biologista y sociologista.
2. La necesidad de
recuperar la creatividad perdida para evitar la decadencia de nuestra
especie.
3. La necesidad de
redescubrir la riqueza de sugerencias de la mitología para explorar
la naturaleza humana.
4. La necesidad de
basar en apoyos neurobiológicos la reflexión epistemológica
y la filosofía antropológica.
5. La necesidad de
repensar aquellas epistemologías más «andrológicas»
que «antropológicas», que relegan a segundo plano
la percepción femenina de la realidad.
6. La necesidad de
superar los imperialismos culturales y la dictadura de lo ideográfico
sobre lo mitopoético.
7. La necesidad de
integrar los diversos niveles de nuestro cerebro, los diversos hábitos
mentales derivados de ellos y las diversas bioculturas.
8. La necesidad de
una revisión de nuestra filosofía de la educación
y nuestras prácticas pedagógicas para fomentar el desarrollo
pleno de todas las posibilidades de nuestra especie.
Todo esto es lo que
pretendíamos resumir con el título de estas líneas:
de la antropología biocultural a la filosofía de la educación.
Tomar en serio el «paradigma biocultural» abrirá
el camino hacia una educación verdaderamente intelectual.
JUAN
MASIA CLAVEL